Antonio CORRIONERO DE BABILAFUENTE


CORRIONERO DE BABILAFUENTE, Antonio (Babilafuente, Salamanca, 1476 - Almería, 1570). Obispo.


      Algunos autores lo presentan como bachiller en artes por Alcalá, aunque, con toda seguridad, estudió en la Universidad de Salamanca, como alumno del Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo. Allí alcanzó el grado de maestro en Teología y regentó la cátedra de Santo Tomás un tiempo. Fue alumno predilecto del maestro Vitoria. De allí pasó a Zamora como canónigo magistral, acreditándose como teólogo y predicador famoso. Felipe II lo llevó consigo a Inglaterra con el grupo de teólogos que le acompañaron en sus deseos de frenar el avance protestante. Fue tal su labor apostólica y teológica que el Rey no dudó en que regresara a España para ocupar la diócesis de Almería, vacante por muerte de fray Diego Fernández de Villalán. Presentado por el Rey el 15- II-1557, el Papa Pablo IV lo promovió en el consistorio del día 10-XII. Toma posesión por poderes (27- III-1558) y en los primeros de agosto hace su entrada solemne. Sus familiares tomarán parte en la defensa de la ciudad de Almería cuando el levantamiento de los moriscos, que quisieron caer sobre nuestra ciudad en la Nochebuena de 1568.

      Asistió (1561-1563) al Concilio de Trento, protagonizando actuaciones importantísimas y siendo uno de los padres españoles más destacados. Estuvo siempre muy unido al arzobispo de Granada, que ejercía como jefe de los españoles y con quien tuvieron que contar los legados pontificios. En muchas de las materias destacó como teólogo. Fue un gran defensor de la obligatoriedad de residencia de los obispos en sus diócesis, así como de la sacra-mentalidad del episcopado. Prácticamente la doctrina que se ha abierto paso en el Concilio Vaticano II sobre la figura del obispo ya la defendió como tesis de los obispos españoles en dicho Concilio. Le acompañó Juan Chacón, gran canonista de la Catedral de Almería.

      Fue muy destacada su intervención como teólogo en el famoso caso del Catecismo del Primado de España, de Bartolomé Carranza O.P., pues defendió la catolicidad de su doctrina como la ejemplaridad de vida del cardenal. También fue consultado por la Inquisición de Sevilla en el famoso caso del doctor Egidio. No menos importante fue su presencia en el concilio provincial de Granada, que además de tratar a fondo el problema de los moriscos, se preocupó de la aplicación en la archidiócesis de la doctrina del Concilio de Trento. La insistencia de dicho Concilio en que se aplicaran las pragmáticas reales a los moriscos precipitó la rebelión de éstos. Iniciada dicha rebelión en la noche de la Navidad de 1568, se extendió por toda la Alpujarra tanto granadina como almeriense. Corrionero no tuvo la suerte de ver terminada la contienda y murió en plena guerra (13-V- 1570).

      Dejó a la Catedral una serie de joyas propias, entre las que sobresale especialmente todo el conjunto de la sillería del coro, pieza de extraordinario valor artístico, obra de Juan de Orea, en el más puro estilo renacentista y labrado en madera de nogal. Tanto la silla episcopal como los respaldos de toda la sillería son una lección teológica sobre el dogma de la Comunión de los Santos. Sobre las dos puertas de entrada campea el escudo de Corrionero. Toda la sillería está presidida por el relieve de la Encarnación, titular de la Catedral. La sede episcopal presidida por el Salvador es una lección maravillosa de las cualidades del obispo, que debe presidir en caridad, estar adornado de dulzura y fortaleza para reír con los que ríen y llorar con los que lloran. Presidiendo el relieve del Salvador, los respaldos de la sillería nos presentan todo el apostolado, los evangelistas, santos del Nuevo y del Antiguo Testamento.

      Por expreso deseo suyo se enterró en la capilla de la Piedad, donde él había colocado la preciosa imagencita traída desde África por el capitán Perceval, que se la había entregado para ponerla al culto en la Catedral. Se levantó en el centro de la capilla un hermoso mausoleo, que más tarde fue trasladado a un lateral por estorbar al culto y del que sólo queda la lápida superior en no muy buen estado. El mismo prelado resumió la historia de la Virgen de la Piedad en los siguientes versos: “En una lança hincada / un turco esta imagen llevaba; / y de un cautivo cobrada / de la Piedad ser llamada / supo por muy cierta prueba. / El cautivo aquí llegado, / la dio de su voluntad / al muy devoto Prelado / Corrionero que ha mandado se llame de la Piedad”.




López Martín, Juan





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