Pablo IGLESIAS GONZÁLEZ


IGLESIAS GONZÁLEZ, Pablo (Madrid, 1792 - Madrid, 1825). .


      Nacido en el seno de una familia de artesanos, «tiradores de oro», es decir, artífices que reducen este metal a hilo, oficio que aprendió y siguió de su padre. Su bautismo de fuego fue el dos de mayo de 1808 frente al invasor francés. Muerto su padre por aquellas fechas, se hizo cargo del negocio familiar, en unión de su madre y hermana.

      La figura de Pablo Iglesias adquiere relieve público en 1822, cuando su decidido talante liberal y el adecuado nivel económico alcanzado le permite presentarse a las elecciones y alcanzar un puesto de regidor en los escaños municipales de la villa de Madrid. Como es conocido, las tramas absolutistas culminaron en los meses de junio y julio de 1822 en un contexto de máxima tensión social. Cuando la Guardia Real se pronunció por el Rey absoluto, los exaltados madrileños lo hicieron a favor de la Constitución de Cádiz, por medio de su Ayuntamiento y con la fuerza de los milicianos. Tras una semana de gran tensión, los guardias reales atacaron la plaza de la Constitución, hoy plaza Mayor, en cuya casa de la Panadería estaba instalado el Ayuntamiento de Madrid. Coordinados por el regidor Pablo Iglesias, a la sazón capitán de cazadores, aquella plaza fue valerosamente defendida por los milicianos, hasta el punto de poner en fuga a los guardias que se refugiaron en el Palacio Real. La jornada del 7 de julio fue conmemorada como sinónima de libertad y democracia durante todo el siglo. En 24-IV-1823 encontramos a Pablo Iglesias en el repliegue del gobierno y sus oficinas generales a Sevilla y, después, a Cádiz. Una de las secciones de aquel inmenso convoy, en el que, entre otras cosas, se transportaban a lugar más seguro las urnas que contenían los restos de Daoiz, Velarde y demás víctimas del 2 de mayo, para sustraerlas a la posible profanación del ejército francés, iba al mando de nuestro personaje, capitán de cazadores.

      Tras la entrega de Cartagena por el general Torrijos (5-XI-1823), consiguió emigrar a Gibraltar, entrando en contacto con los liberales de la Península y con los que había exiliados en Londres, entre ellos, Espoz y Mina. Uno de los grupos de estos exiliados creó en Gibraltar una sociedad titulada Santa Hermandad, cuyo objetivo era derrocar el gobierno absoluto en España. Miembros destacados de esta sociedad fueron César Contí y el francés Housson de Tour, así como Pablo Iglesias. Especial protagonismo en esta sociedad comunera tuvo Manuel Beltrán de Lis, también refugiado en la Roca, perteneciente a una pudiente familia valenciana que ya en 1814 había tenido contactos comerciales relacionados con la minería de la Alpujarra almeriense. Proyectaron el ataque a Almería, nombrando a Pablo Iglesias jefe de expedición. Desairado por tal nombramiento el citado Housson de Tour -quien despectivamente motejaba de galonero a Pablo Iglesias-, creó otra sociedad llamada el Aerópago, con los mismos objetivos, pero de marcado carácter masónico.

      En el tránsito del seis al siete de agosto de 1824, promovida por la indicada Santa Hermandad y a bordo del bergantín de bandera inglesa Federico, zarpó de Gibraltar hacia Almería la expedición al mando de Pablo Iglesias, nombrado general de la 2ª División de Levante, para proclamar la libertad e independencia. Le acompañaban 48 hombres, 4 de ellos extranjeros. Buena parte del grupo lo componían militares de diferente graduación, entre ellos, el general francés Cugnet de Montarlot o los capitanes Antonio Santos, Bernardino Bustamante y Javier Joaquín Bustamante y Fondevila. El resto, paisanos de diferente procedencia, tales como Benigno Morales, editor del periódico El Zurriago, o Francisco Delgado, ex administrador de correos en Murcia, segundo en calidad de comandante de Iglesias. Dicho bergantín lo capitaneaba Nicola, alias Borbón, y había sido fletado por dos meses en la suma de 8.000 duros, a liquidar en dinero o bien en plomo. La escampavía que le acompañaba iba al mando del célebre contrabandista valenciano Francisco Cubells, alias Borrasca, hombre de confianza del aludido Beltrán de Lis. La fase más aleatoria de todo este proyecto, como en tantos otros casos, se centraba en “el grado de contagio insurreccional” que se consiguiera producir, es decir, “en función de cómo responda el pueblo y de cómo reaccione el poder”. La presencia de Iglesias y su grupo trataban de producir un gesto -llamado entonces rompimiento- que sirviera de señal para el levantamiento interior. Fracasada la acción contra Almería por la pérdida del factor sorpresa, el valiente gesto no sirvió para nada ante la fulminante reacción de poder. Así las cosas, Pablo Iglesias protagonizó una azarosa huída. Al final, fue detenido en Cúllar-Baza (22-VIII) en unión de su compañero Antonio Santos. Se les sometió a un largo proceso, del que se valieron algunos desaprensivos para intentar deshacerse por venganza de sus propios enemigos. Tal sucedió con un escribano apellidado Puga, quien, bajo oscuras ofertas de salvar la vida de Iglesias, consiguió inducirle a incluir en su declaración “que en el Ministerio de Heredia (Conde Ofalia) tenían los revolucionarios una confianza ilimitada”. Pero en este juego parece que también entró el Gobierno. Posiblemente deslumbrado Calomarde ante los informes que le llegaban de Granada, por R.O. de 13-X-1824, “se les prometió que serían indultados y disfrutarían de la soberana protección, siempre que declarasen el plan de los revolucionarios, suministren pruebas que lo justifique y hagan otros descubrimientos por los cuales se asegure el Trono y El Altar”. Con habilidad e imaginación, Iglesias inventó en parte una historia, pero lo real y lo imaginario de ella no llegaron a perjudicar a personas radicadas en el interior del país. Trasladados a Madrid, a finales de enero de 1825, continuaron allí las actuaciones sin ningún paso alentador. El día 21 de abril se pronunció la sentencia, confirmada por el Consejo en Sala el día 22 de agosto: “les había de condenar y condenaba a la pena ordinaria de pena en la horca, a la que serían conducidos arrastrados”.

      Según dicen los biógrafos de Iglesias, su madre, Francisca González, consiguió postrarse a los pies de Fernando VII: “¡Señor!, soy la madre de don Pablo Iglesias: meses hace V.M. ha indultado a mi hijo por el mismo delito que ahora castigan vuestros ministros con la más terrible de todas las penas. ¡Perdón otra vez, señor!” Y continúan: «Levantóla el monarca afablemente, pero contestó con ambiguas frases”.

      De regreso a Madrid, al cruzar el carruaje que la conducía por la Plazuela de la Provincia, las campanas de la iglesia de Santa Cruz anunciaban con fúnebres tañidos la muerte de Pablo Iglesias. Son sobrecogedoras las palabras que narran sus últimos momentos, arrastrado al patíbulo en un serón, tal como Riego. Su compañero de prisión, Francisco Rodríguez de la Vega, dejó constancia de ellas: “nací, he vivido y muero en el seno de la Iglesia católica, cuya fe confieso y protesto firmemente. Sin embargo, si por igual causa que yo os llegáis a ver en este sitio, unid vuestras voces a las mías y que vuestras últimas palabras sean Libertad o Muerte”. Sus restos descansaban en el cementerio de la Puerta de Toledo, patio primero, nicho nº 51, en el que se esculpió la Cruz Cívica concedida por la ciudad de Almería en 1841. Ignoramos la situación actual. Igual suerte tuvo Antonio Santos.





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