Aunque había nacido en una de las alquerías dependientes de Alcalá la Real, creció y se formó en Elvira, en cuya cora estaba tanto Alcalá la Real como Pechina. Se islamizó de la mano de un árabe de la tribu de los Banú Jawlán, con el que tomó relación de clientela y el gentilicio de al-Jawlani.

Sus biógrafos destacan que no hubo en su época como él en mérito, devoción, piedad, humildad, retiro y recogimiento. Era un entusiasta de las obras de Abdalmálik b. Habib, que había estudiado con el cordobés al-Magami (m. 901). Realizó abundante transmisión oral y también memorizó cuestiones jurídicas.

A partir de un determinado momento, que no precisan sus biógrafos, inició una vida de retiro espiritual. Al producirse la primera guerra civil en la segunda mitad del siglo IX, se trasladó a Pechina. Sabemos que viajó a Oriente para realizar la peregrinación, partiendo probablemente desde el puerto de Pechina, es decir, Almería. Al volver del viaje se estableció definitivamente en Pechina, donde falleció en 905 o 906.

Seguramente, fue uno de los que practicó el ribat en la costa, en lo que entonces era la Almería de Pechina.

Nos consta que también se dedicó a la enseñanza. Con él estudiaron los que pronto se convertirían en los dos grandes maestros de Pechina de esta época: Saíd b. Fahlún y Ali b. al-Hasan (Ibn Yamil) al-Murri, entre otros.

Una de las anécdotas que nos han llegado, a través de Mutárrif b. Isa b. Ali b. al-Hasan al-Bayyani, nieto de uno de sus discípulos, ilustra su planteamiento vital. Cuando mandó a buscarlo Husayn b. Abdalaziz, el hermano del visir Háshim b. Abdalaziz, que se encontraba en Elvira, para que pronunciara la shahada (profesión de fe) en el funeral de una hija suya que acababa de morir y a la que quería mucho, se disculpó porque rehuía la fama. También decía que, desde que llegó a Pechina, no se saciaba de pan, por estar ligadas las riquezas al saqueo.