Las Fundiciones de la costa de Villaricos

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Fundiciones en el Llano de Blanquizares (Villaricos)

Foto de Federico de Blain Becerra / Col. Enrique Fernández Bolea

 

En 1838 tuvo lugar en Sierra Almagrera un sorprendente descubrimiento: un rico filón de galena argentífera afloraba en uno de sus recónditos barrancos, el del Jaroso. En un corto período de tiempo a lo largo y ancho de aquella reducida sierra se concedieron 1.700 denuncios mineros. Durante aproximadamente un siglo de laboreo fueron unas 300 sociedades las que extrajeron el plomo, la plata y el hierro de aquellos filones, en un régimen de explotación caracterizado por el minifundismo minero.

En 1840 se promulgó una Ley nacional que prohibía la exportación de los minerales argentíferos en bruto, lo que dio lugar a la aparición de fundiciones metalúrgicas que se instalaron cerca de la costa, con lo que se facilitaba el embarque de los metales y el desembarque del carbón que alimentaba sus hornos, abaratando considerablemente los costes: Carmelita (1842), Esperanza (1842), San Francisco Javier (1853), Santa Ana (1870), Dolores (1875), Invencible (1875), entre otras muchas. Los humos generados por los hornos eran conducidos hasta chimeneas por unas galerías de mampostería que aún hoy se reconocen serpenteando entre la sierra y el mar. Era tal la cantidad de metales que contenían estos gases que, rascando las bóvedas de las galerías cada cierto tiempo, se obtenía una cosecha metalífera nada despreciable.

En los primeros tiempos, el transporte del mineral de plata y plomo, y más tarde el de hierro, se hacía mediante carros tirados por animales. Pero a partir de la década de 1880 el transporte se moderniza con la construcción de ferrocarriles y cables aéreos que finalizaban sus recorridos en las playas, complementados más tarde con la dotación de cargaderos, como el de la playa de Villaricos y el de la Cala de Las Conchas.

Pronto surgieron problemas de inundación en las minas. Se perforaron socavones o galerías de desagüe que no los resolvieron, por lo que optaron por la instalación de máquinas de vapor en los pozos más ricos para extraer las aguas. Con el tiempo el problema se agravó a la vez que descendía la cantidad de mineral extraído. Hubo dificultad en las fundiciones para surtirse de minerales, se encarecieron los combustibles, con fuertes impuestos y fluctuaciones de los precios de los metales en los mercados, que forzaron la paulatina paralización de estos establecimientos hasta que en 1900 la última fundición de plomo y plata, Santa Ana, apagó sus hornos. A partir de ese momento la actividad minera y metalúrgica se restringió al hierro, estuvo en manos de compañías extranjeras y perduró unas décadas más.  

A lo largo de la costa de Villaricos podemos advertir gran cantidad de estructuras de aquellos tiempos metalúrgicos, desde un pilar de mampostería del antiguo cargadero en medio del mar en Cala Verde a la existencia de grandes escoriales al inicio del sendero costero, a la salida del pueblo, que nos conduce hasta los restos de las fundiciones con sus lavaderos de mineral, almacenes, hornos, chimeneas, pequeños viaductos, tolvas, muelles e incluso una ermita.