A los creyentes cristianos y católicos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad independientemente del credo que se profesa:
“Padre Santo guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11)
A menudo, esta frase de San Juan se ha aplicado a aquellos que están consagrados a Cristo como sacerdotes y religiosos. Sin embargo, un titular de una revista religiosa decía “Todos somos sacristanes”, o lo que es lo mismo, todos estamos llamados a consagrar nuestra vida a Cristo, en la Iglesia y al servicio de nuestro mundo.
Los 40 días de Cuaresma que van desde el 1 de marzo al 9 de abril de este año 2009, no persiguen otra cosa sino que estemos con Cristo en la comunidad humana y cristiana al servicio de la sociedad y de la globalidad de este mundo.
Hay una noticia que es nueva todos los días, y consiste en el amor que Dios nos tiene. Dios nos ama con un amor siempre joven, pues es el amor del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. ¿Quién nos espera en la Iglesia cada día y, especialmente, el Domingo? El amor trinitario de Dios. ¿Cuál es el deseo de Jesucristo, hoy? Que participemos como pueblo de Dios en ese misterio divino. ¿Cuáles son las señales con las que tocamos ese amor? Principalmente, la maternidad y la obediencia filial.
Estar con Jesucristo en su pasión y muerte, esto es en Semana Santa, es nacer de María cada día y apreciar el valor de la maternidad y de la paternidad. Es trabajar para que se realice la vocación frustrada de tantas madres que como María no entienden, pero quieren amar y llevar su cruz con Cristo al Calvario. Es sacrificar otros valores que en importancia nada tienen que ver con el dar a luz y engendrar para la vida eterna.
Estar con Jesucristo en su pasión y muerte, consagrarse a Él, es procurar alcanzar las condiciones sociales y mundiales necesarias para que ninguna mujer se vea abocada a quitar la luz a un nuevo ser humano. Ni el paro, ni la crisis económica, ni la mayoría parlamentaria tienen derecho a decidir sobre la vida naciente; básicamente porque los que deciden por nosotros no saben lo que es el paro, ni la crisis, ni las situaciones de precariedad en el trabajo, la vivienda y el bienestar.
No alistamos un trono y nos lo echamos al costal o a los hombros para que todo siga igual. Para eso, abrimos las puertas de las Iglesias y de las Casas de Hermandad y que vean los que quieran las obras de arte que tenemos. Nuestras Iglesias no son museos, nuestros tronos e imágenes no son sólo obras de arte; son y quieren ser para cada uno de nosotros testimonio del amor de Dios, reflejo de esa mirada de Cristo, expresión multicolor de la efusión del Espíritu, mirada materna de María, estímulo para vivir como Iglesia en medio de las
vicisitudes de este mundo, no rindiéndonos al estado del bienestar, sino comprometiéndonos con la vida, con la familia y con la esperanza de las sociedades y los pueblos.
La obediencia de Cristo al Padre, llevada hasta la muerte no es otra cosa sino un compromiso humano y divino con el hombre de hoy. No podemos vivir como si la enfermedad, el dolor y la muerte no existieran. No podemos relegar a un segundo plano las situaciones de injusticia que ha provocado la ambición desmedida de unos pocos y la ignorancia atrevida de muchos otros que han depositado en ellos los ahorros de su trabajo. No podemos seguir diciendo que el dinero va a solucionar todos los problemas, porque es preciso una nueva humanidad a imagen del Crucificado. Es preciso colgarse la cruz y no sólo la medalla, es necesario el sacrificio y no sólo los premios, hace falta empeñarse por el Reino de Dios y no mera palabrería.
Y eso es algo sólo se puede hacer como Iglesia, que es madre y obediente, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, especialmente en este año Jubilar de San Pablo.
¡Feliz Pascua de Resurrección 2009!
Manuel Martínez, vuestro párroco
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