Luis SIRET Y CELS


SIRET Y CELS, Luis (Saint Nicholas, Bélgica, 1860 - Herrerías, Cuevas de Almanzora, 1934). Arqueólogo.


      Ingeniero y arqueólogo. Nacido en el seno de una culta familia burguesa, desde muy joven se apasionó por la Arqueología, a través de las excursiones geológicas organizadas por el Museo de Historia Natural de Bruselas, junto a su hermano, con el que se reunió en Cuevas de Almanzora una vez finalizados sus estudios en Lovaina (1881). Allí compartieron aficiones arqueológicas y conoce al que será su hombre de confianza (Pedro Flores) en las labores de investigación por toda la provincia en los siguientes cincuenta años.

      En 1886, su hermano Enrique abandona España y Luis inicia constantes viajes entre Cuevas, Posadas, Pulpí, Águilas y Mazarrón, en cuyo paraje de Parazuelos establece su residencia en 1890, quedando empleado de una compañía inglesa, aunque sin abandonar sus propias actividades empresariales. Tras el intento fallido de constituir una gran empresa minera en Mazarrón, se abre un periodo crucial en la trayectoria personal e intelectual del investigador.

      En 1887 ve la luz su obra más conocida (Les premiers âges du metal dans le sud-est de l´Espagne, premio Martorell y resultado de los trabajos emprendidos junto a su hermano), contrae matrimonio en Bélgica (1891) y se establece en Parazuelos, de donde se traslada a Herrerías. Entre un lugar y otro nacieron sus hijos: Susana (1894) y Adolfo (1895), por cuyo nacimiento murió su esposa, Magdalena Belpairre, de apenas 28 años de edad. El golpe fue duro y cruel, y Siret nunca acabó de superarlo, a pesar del tímido respaldo científico (accésit al sexto premio Martorell en 1892). El reconocimiento público se demorará algunos años (1905, correspondiente de la Academia de la Historia; 1908, delegado para España de la Sociedad Prehistórica Francesa y miembro de la Diputación Arqueológica de Almería…).

      En 1897 deja la empresa Brandt y Brandau (con la que había constituido la sociedad minera “Los Imperios”) asociándose a Baltasar Flores Bravo (padre de Miguel Flores González Grano de Oro), con el que compra diversos terrenos en Villaricos e instala el ferrocarril de vía estrecha de Herrerías (1897). En 1900 se funda en París la Sociedad Minera de Almagrera, de la que es socio y administrador delegado en España. Para ella adquiere diversos terrenos, edificios, instalaciones y minas pertenecientes a la última minería cuevana autóctona (como el mismo Baltasar Flores -que mandó construir el cable minero de Cala Verde en 1903-, Antonio Abellán, Catalina Casanova, etc.). Un año después obtiene de sus antiguos socios el traspaso del desagüe de las minas de Herrerías, donde introduce la energía eléctrica en 1903 y logra adquirir para la Sociedad Minera todos los negocios de las demás empresas extranjeras radicadas en la zona (Las Rozas Mines Limited), instala ocho hornos de calcinación (1907) y manda construir un nuevo embarcadero (1913).

      Éste es también un periodo fecundo en actividad científica, no sólo en cantidad (entre 1881 y 1914 publica veinticuatro de los cuarenta y cinco trabajos, muchos traducciones o adaptaciones de otros precedentes), sino en calidad, pues ahora plantea las teorías que más tarde desarrollará. Con la publicación en francés (Amberes, 1887) y español (Barcelona, 1890) de Las primeras edades del metal en el Sudeste de España, Siret establece la primera secuencia temporal completa de la Península, que abarca desde la Prehistoria reciente a las colonizaciones. En la época de las primeras síntesis, cuando apenas había excavaciones sistemáticas y conjuntos amplios de referencia, la obra impactó al mundo arqueológico. A esta primera fase de recopilación de datos le sucederán síntesis parciales donde irá desarrollando su pensamiento.

      En “L’Espagne préhistorique” (Revue de Questions Scientifiques, 1893) propone relacionar el Neolítico final de El Garcel con Troya. En Villaricos y Herrerías (Memoria de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1906) ampliará la cronología de su reflexión, teniendo que introducir hallazgos fenicios y romanos, más valorados por una Academia todavía anclada en el anticuarismo y la arqueología artística. Esta obra, una de las más difundidas al haberla publicado bajo el amparo oficial, es importante porque supone, aparentemente, la confirmación de sus teorías; por ejemplo, el Neolítico conoce el cobre por influencia fenicia en la primera mitad del II milenio a C., etc.

      Después vendrán otras interpretaciones coincidentes. En 1907 (Orientaux et Occidentaux en Espagne aux temps próhistoriques) defiende el carácter celta de El Argar, mientras que en 1909 (Tyriens et Celtes en Espagne) propugna el carácter celto-púnico de las culturas del hierro andaluzas. Un año más tarde intenta periodizar el Neolítico estableciendo tres fases (“Religions néolithiques de l’Ibérie”). El ciclo se cierra con Questions de chronologie et d’ethnographie ibériques (París, 1913) en el que analiza la fase completa, libro con un prólogo de E. Cartailhac (1845- 1921), uno de sus principales valedores.

      La primera Guerra Mundial supuso muchos reveses. A la muerte de familiares, se une la prisión de su hijo Adolfo, caído malherido en el frente, pero es también el tiempo en que contrae matrimonio su hija Susana (1916) en Bélgica. La actividad de la Sociedad Minera se paraliza y la recuperación económica centra, luego, sus esfuerzos. Tras un período de efímera bonanza y frenética actividad (1920-1924), el mineral se agota. Los problemas económicos con su empresa empiezan en 1928, cuando firma un contrato de mantenimiento de todas las instalaciones para asegurar una mínima actividad minera en la zona, problemas que acabarán por amargar los últimos años de su existencia. La crisis del 29 sólo agrava la situación, pues la nueva Sociedad Anónima Consorcio de Almagrera (constituida en Madrid en febrero de ese año) no asume parte de sus responsabilidades, por lo que debe emprender acciones judiciales. En 1932 se demolerán diversas instalaciones ante la oposición de Siret, que emprende un juicio impugnando el contrato de venta (firmado el 7-VI-1933) entre el Consorcio de Almagrera y Empresas Eléctricas e Industriales, con la que acabará la minería de Sierra Almagrera.

      La gran inflexión en los estudios siretianos se produce en el abandono de la deducción por la inducción, con el objetivo de trascender los objetos, completar lo inmediato con el significado profundo y traspasar los límites de la ciencia experimental. En esta fase, sus investigaciones se centran en temas de religión y simbolismo publicados en revistas especializadas como “La Dame de l’Erable” (L´Anthropologie, París, 1920-22), “Promethée” (Revue archeologique, París, 1920) o “Le rôle des fossiles en Mythologie” (L´Anthropologie, 1922). Pero, a partir de 1924 (“La taille des trapèzes tardenoisiens”, Revue Anthropologique), volvió sus ojos hacia la investigación prehistórica paleolítica y al positivismo, basado en la descripción y clasificación de gran parte de los materiales exhumados muchos años antes, siguiendo las nuevas tendencias que estaban marcando Henri Breuil (1877-1961) y Hugo Obermaier (1877-1946).

      Descrito por quienes le conocieron como un carácter que fluctuaba entre el sabio y el artista, era meticuloso, ordenado y de una capacidad extraordinaria de trabajo. Católico fervoroso, costeó y proyectó la iglesia de Herrerías, llamada de la Sagrada Familia, con su exótico campanario que recuerda su tierra natal. Hombre de principios, aplicaba una organización semi-patriarcal a sus explotaciones mineras, que mantuvo hasta cuando no fueron rentables. En la madrugada del 7-VI-1934 moría tras sentirse enfermo, al parecer de un enfriamiento con un principio de pulmonía.

      Con la elaboración de la primera secuencia cultural regional continua en la Prehistoria reciente y protohistoria en la Península, Luis Siret situó a la provincia como una de las áreas claves para entender la aparición de la “complejidad cultural” en Europa. Plenamente inmerso en la corriente positivista de finales del XIX, utilizó -y a veces abusó- de tres de los procedimientos de estudio más comunes en la época, procedentes de la Historia del Arte: el paralelo y la influencia, la seriación de decoraciones y el fósil guía. Las divergencias con algunos de sus contemporáneos (por ej. J. Déchelette, 1862-1914, y P. Paris, 1859- 1931), que empleaban métodos semejantes, debió advertirle de la amplia discrecionalidad y subjetividad de sus métodos, pero -como él tuvo ocasión de declarar- la polémica llegó a tal grado de enfrentamiento que ya no se debatía de arqueología, sino que era un combate personal.

      Para darse cuenta de la magnitud del trabajo de Siret hay que tener en cuenta que cuando se publica Las primeras edades… la arqueología española apenas disponía de un marco cronológico, pues los investigadores españoles, perdidos en la enumeración de restos y en disquisiciones farragosas (por ej. Vilanova y Rada, 1892 y 1894), eran incapaces de desarrollar una visión global coherente de la Prehistoria ibérica. Además, la desconexión con otras ciencias, especialmente con la Geología, impedía encuadrar, muchas veces con exactitud, multitud de objetos, cuestión ya resuelta en la Europa contemporánea.

      La labor investigadora de Siret fue ingente si atendemos a su afirmación de haber excavado más de cinco mil tumbas hacia 1931, cuando se le concedió la primera de las dos únicas ayudas oficiales a su actividad para excavar en Almizaraque. Sin embargo, la influencia del investigador belga hubiera sido mayor de no haberse empecinado en hipótesis culturalistas que repudiaba el positivismo (la famosa “dama del sauce”) y no haberse confrontado con la Arqueología filológica clásica a la que contribuyó (quizás en una medida todavía no reconocida) a poner en tela de juicio.

     Desde finales de los años veinte la influencia de la escuela histórico-cultural alemana, con su defensa de los círculos culturales, permitió un mayor reconocimiento de la labor de Siret. La visita de Georg y Vera Leisner para la confección de su monumental Die Megalithgräber der Iberischen Halbinsel, I. Der Süden (Berlin, 1943) supuso la recuperación de gran parte de su trabajo, que sólo se hizo extensiva con Historia de España, dirigida por Menéndez Pidal y gracias al Seminario de Historia Primitiva, que dirigía J. Martínez Santa-Olalla (1905-1972). A partir de aquí y desde nuevos presupuestos metodológicos, fue posible volver a investigar de nuevos los yacimientos siretianos, entre ellos, Los Millares (Martín Almagro y A. Arribas, desde 1953).

      A menudo se le ha reprochado a Siret falta de escrupulosidad en sus excavaciones, defecto general en la época, pero para el investigador belga -al igual que para muchos arqueólogos de principios de siglo- la excavación no era una técnica propia de un oficio (la Arqueología), sino un simple medio para producir objetos (esta vez asociados o formando un contexto). A pesar de ello, introdujo una mejora sustancial en el registro arqueológico, al consignar los datos en un diario de excavaciones (los famosos “cuadernos” que rellenaba su capataz).

      Con el tiempo, Siret había reunido en su casa de Herrerías su inmensa colección arqueológica que donó al Estado, a pesar de generosas ofertas económicas, con la condición de crear un Museo Provincial (Decreto de 28-III-1933) donde se expondrían las piezas repetidas.





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