Joaquín MASEGOSA RODRÍGUEZ


MASEGOSA RODRÍGUEZ, Joaquín (Partaloa, 1918 - Partaloa, 2001). Superviviente de un campo de concentración .


Cuando las tropas norteamericanas entraron en el campo de Mauthausen, en mayo de 1945, quedaban cinco mil supervivientes, andrajosos, con ojeras, con las cuencas hundidas y la piel pegada a los huesos. Los cadáveres se hacinaban en los caminos con los vientres verdes, sobre los que zumbaban los moscardones. Uno de los que quedaron en pie fue un mozalbete almeriense de Partaloa, Joaquín Masegosa Rodríguez, que con 27 años había visto desfilar por su retina los mayores horrores de la Humanidad. Durante tres años y medio, el hijo mayor de Joaquín, el juez de paz, y Segunda, de Oria, resistió los embates del más brutal matadero humano del régimen nazi y le quedaron fuerzas para contarlo y seguir con hálito, hasta descansar para siempre sobrepasados los 80 años. Su pueblo le ha rendido homenaje en repetidas veces a este vecino ilustre que recibió en 1999 la Medalla de Oro de Andalucía junto a otro superviviente de Mauthausen, Antonio Muñoz Zamora.

Joaquín, hijo de terratenientes, nació en Partaloa, en 1918, aunque su infancia transcurrió en un cortijo de Oria. Con once años se matriculó en el colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la Salle, en Cuevas del Almanzora, donde estudió el Bachiller Elemental. Allí coincidió con los Gómez Angulo y los Companys de Almería.

Ese verano, mientras disfrutaba de las vacaciones en su pueblo natal, con la mente puesta en iniciar Medicina, le sorprende la sublevación militar auspiciada desde Melilla. En esas fechas, su padre era alcalde de Oria, de Izquierda Republicana. El primo Andrés, jefe de columna del ejército republicano, fue a buscar a Joaquín para llevárselo al frente de Granada. Durante un año ayudó al teniente pagador en los archivos, junto a la venta El Molinillo, repartiendo correspondencia a los soldados.

 Por un enfado con el Cabo Gitano, que lo dejaba sin aguardiente en las frías noches que actuaba de escucha en las trincheras, solicitó traslado. Superó un examen en la Escuela de Ingenieros Zapadores y lo destinaron a Lérida a trabajar en la reconstrucción de puentes y carreteras. Se había producido ya el corte del Ebro con España dividida.

Le pilló en el meollo de una de las batallas más sangrientas, que propició la victoria del ejército del general Franco. Herido en la retirada en los ataques de Soses y Aitona, fue internado en el hospital de Gerona, de donde salió con el húmero escayolado camino de la frontera francesa.
 
Descansaba por la noche en unos pajares en Perpiñán. De ahí a Toulouse y al campo de Sepfont, donde trabajó en los desagües. Se alistó en el ejército francés y en mayo de 1940 se convirtió en prisionero de guerra de los nazis y de ahí a Mauthausen. Joaquín Masegosa recordaba que los españoles portaban en el pecho el triángulo azul de los apátridas y debajo el número de identificación, en su caso el 5077. El color indicaba el, “delito”.  Los judíos llevaban el amarillo y no duraban más de quince días. Les llamaban rotspanier (rojos españoles). Vestían un pijama a rayas azules verticales, unos zuecos y el pelo rapado al cero.

Se levantaban a las cinco de la mañana al toque de la campana. Pasaban el día trabajando en la cantera y a las nueve de la noche recuento general y a dormir. La dieta consistía en un agua con café al levantarse, una sopa de agua con un nabo o remolacha al mediodía, y un chusco de pan con mortadela por la noche. Él estuvo un tiempo trabajando como pinche de cocina. Los días especiales servían sopa de tapioca. Joaquín recuerda que estaba mal visto comer carne humana. Algunos presos muy hambrientos, si se moría el compañero de litera, aprovechaban para, con la cuchara de latón, arrancarles un poco de pellejo y comérselo. Otros desesperados arrancaban a los muertos la suela del zapato para chuparla.

El almeriense fue escapando físicamente porque lo nombraron kapo (cabo de vara) de un grupo de españoles que salían al campo a recoger patatas para las cocinas de las SS. Hasta 1945, cuando liberaron el campo y volvió a nacer, cuando pudo regresar a ver verdear sus campos del Almanzora, cuando pudo cumplir su sueño de morir de viejo en su casa, en la tierra que le vio nacer.



León González Manuel





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