Miguel BARÓN MAÑAS


BARÓN MAÑAS, Miguel (Bédar, 1942 - Bédar, 2020). Panadero y alcalde.


Miguel Barón Mañas presidió el Ayuntamiento desde 1983 hasta 2003. Miguel tenía el don de la campechanía, del gesto entrañable de echar el brazo por el hombro sin pedir permiso, del hablar pausado como masticando las palabras mirando a los ojos.

Parecía un hombre antiguo -con el corazón caliente y el rostro siempre encendido de patear bancales- y sin embargo fue un adelantado a su tiempo, un heraldo prematuro de los problemas de la despoblación, de lo que se ha dado en llamar ahora, con erudición, la España vaciada. Luchó contra ella con toda su fuerza, contra la tristeza de las calles sin niños y de las casas sin leña en el hogar y a fe que logró, poniendo un pie en la pared, que un pueblo que se moría, con menos de 400 almas, se recuperara hasta casi los mil habitantes.

Además de ser alcalde sin cobrar, en ese pueblo serrano de acrisolado pasado minero, fue labrador de burra y media fanega, donde desde las seis de la mañana de cada día labraba la tierra, sembraba patatas, regaba los almendros y recogía pimientos, ajos y cebolletas que vendía en el mercado de Albox.

Miguel aventaba frases legendarias como: “Nene, lo único que importa de verdad es la salud” o “los pueblos los hace la gente”, o “Luis Rogelio toma muchas notas, pero las guarda en un cajón” o “Cuándo nos vamos a tomar un cacharro” o “la verdad es que soy un poco abandonado con las mujeres”.

Buena parte de su juventud la pasó sudando la camiseta -siempre sudó mucho Miguel- en el horno de la panadería familiar. Trabajaba de noche y dormía de día, hasta que cerraron las minas de La Felguera y dejó el negocio para irse a Alemania de emigrante en 1970. Allí estuvo el bedarense cinco años, en la ciudad de Nuremberg, en una fábrica de salchichas, en tiempos de Willy Brandt, cuando en España aún se gobernaba con plomo.

Volvió con el alemán y el ademán aprendidos cuando su padre -un antiguo sindicalista que penó en la cárcel por pertenecer a la UGT- se puso gravemente enfermo. Miguel siempre trató de olvidar esa época negra de su vida.

Decidió que había llegado el momento de hacer cosas por su pueblo y se presentó a las elecciones democráticas de 1979 y le ganó Ginés González Jódar, de la UCD, que era fiscal en el Juzgado de Paz. Cuatro años después se tomó la revancha y el hijo del panadero sindicalista salió elegido alcalde. Y ya no paró, Miguel, y cuando necesitaba dinero se plantaba en Diputación dando voces para que les adelantaran los planes parciales para hacer nuevos aforos en Serena, para hacer el alcantarillado en Los Giles, para arreglar el camino de El Marchal, para abrir una escuela taller y restaurar la fuente pública, para llevar el agua al Pinar y adoquines al Albarico.

Miguel era también ese tipo que cogía dos garrafas de pintura y reunía a los vecinos para preguntarles de qué color querían la fachada del Ayuntamiento.
Hasta que cedió la vara a su escudero Ángel Collado y se retiró a cultivar pimientos y amigos desde el amanecer, hasta que falleció en su casa en 2020.



León González Manuel





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