En el espacioso paraninfo de El Fénix del
comerciante Jerónimo Ramírez de Sepúlveda se despachaba toda suerte de
vituallas y utensilios domésticos de la época. En el mostrador de madera
de pino se amontonaban los cuarterones de papel de estraza y de los alambres
del techo colgaban cacerolas, ollas y sartenes; en los anaqueles, que rodeaban
la sala, se distribuía la quincalla, las cajas de caudales, juguetes de
latón y las provisiones alimenticias.
Ocupaba una amplia fachada en la calle las
Tiendas, 35 y su patrón, un audaz comerciante de la provincia de Málaga
que llegó a Almería en 1880, al aroma a ciudad próspera que exhalaba Almería
con el negocio de la uva y la minería.
Había nacido en Alozaina en 1851, un pueblo
aceitunero de la serranía malagueña que se le había quedado chico. En poco
tiempo se casó con Manuela Sánchez Rull, una almeriense hija de ingeniero
de minas de Teruel y de una pariente del arquitecto Enrique López Rull,
con la que tuvo cuatro hijos: Dolores, Rafaela, Enriqueta y Antonio, este
último, con el tiempo, fue un recordado médico de la beneficencia municipal.
El malagueño se hizo pronto hueco en el comercio
local y adquirió gran notoriedad el repertorio de productos que despachaba.
Algunos llegados por barco de ultramar como el bacalao, los abanicos japoneses,
bastones y sombrillas, o el selecto chocolate a la vainilla de los padres
Benedictinos del que era representante en la provincia.
Al poco tiempo se mudó al número cuatro de
la calle las Tiendas, esquina Plaza Bermúdez (ahora Vivas Pérez) en cuyos
altos estaba la vivienda familiar.
Allí alternaba con otros comercios como la
Casa Rosales que vendía sombreros borsalinos y gorras inglesas, las pompas
fúnebres, con los ataúdes en la puerta y con el almacén de música de Luis
Sánchez Punzón.
El Fénix revolucionó la actividad comercial
al ser, a finales del siglo XIX, uno de los primeros establecimientos que
empezaron a vender al por mayor a otros pequeños tenderos de barrio y que
contaba con un gran almacén siempre bien nutrido de productos.
Fue el oriundo malagueño, uno de los comerciantes
más asiduos en los anuncios de los periódicos de la época y un pionero
en el arte de la publicidad a través de los actos benéficos: no había una
rifa, una suscripción, una obra de beneficencia de las Hermanitas de los
Pobres en la que Jerónimo Ramírez no donara alguna caja de juguetes para
los niños desamparados.
Era amante de ir a oír zarzuela a los jardinillos
en las noches de verano y a aplaudir alguna obra al teatro Novedades. Formó
parte de la Cooperativa Eléctrica Almeriense, junto a José Sánchez Entrena,
Emilio Ferrera, Luis Gay y otros prohombres de la ciudad, que se unieron
en 1916 para plantar cara a los continuos cortes de luz de la francesa
Lebón.
Era un entusiasta republicano y se carteaba
con Nicolás Salmerón, quien le tenía encomendada la corresponsalía del
diario La Justicia que fundó el ilustre alhameño en la calle Relatores
de Madrid en 1888. Años después, en 1909, el comerciante se presentó como
candidato por Unión Republicana a las elecciones municipales, en el distrito
1, en competencia con Bruno Vives Terol, de la Unión Liberal.
Jerónimo Ramírez cedió El Fénix a dos de
sus jóvenes empleados, Morillas y Escámez (quién fundó después los almacenes
del mismo nombre), a partir de 1902.
El malagueño afincado en Almería dedicó el
último tramo de su vida a los negocios mineros en los cotos de Bacares
y Almagrera, a los pozos Garabatuza y Antoñito heredados de su suegro,
hasta que en la primavera de 1923 se fue al otro mundo.