María FERRER 


FERRER, María (Almería, 1930 - Almería, 2016). Armadora de pesca.


Cada tarde, cuando el sol se derramaba por el Cañarete, bajaba una matrona al puerto de Almería, a ver cómo los barcos echaban en tierra el pescado fresco, vivillo y coleando aún. Durante más de setenta años de tardes marineras, esta mujer del arrabal de Pescadería formó parte del paisaje portuario, como los calamentos y las maromas, como las gaviotas y el sotavento.

María Ferrer, la Coneja, genio y figura de la marinería andante. Apenas podía ya sostenerse en pie sobre sus lisiadas piernas, pero aún retenía el título de armadora de barcos -Federo y María y La Coneja (en su honor)- y mandaba mucho dentro y fuera del barco, a pesar de que tenía hijos.

Parió nueve varones y tres hembras, fue embarcada muchos años al trasmallo y a la vaca, tirando como un hombre del copo, y guisó miles de ranchos de comida para su marido y sus hijos en las pesquerías de la Costa Afuera y de la Isla Alborán.

Le empezaron a llamar la Coneja en el barrio porque no paraba de criar: hasta doce. Su Roque se le murió ahogado y Antonio de una pulmonía. En su frente se alineaban las huellas de los soles africanos y sus ojos vivarachos rezumaban la alegría de las familias numerosas. María nació en la calle Rosario en 1930. Su padre era sobrino de Paco Colomer, el capataz del muelle, y se dedicaba a controlar la carga que llegaba en los faluchos: el trigo, el arroz, la harina y los garbanzos. La calle donde nació era una monería, el paseo de Pescadería le llamaban, con muchas macetas a la vera y las sillas de anea en la puerta para estar de conversación.

María fue a la escuela del Martinete, que ya no existe, donde está el Amor de Dios, y a los 14 años se fue con su marido, Federo Segura, que era de Las Negras y se casó. Él iba con el bote del padre a pescar al boliche y ella vendía el pescado por la calle. Después volvieron a Almería y María tuvo que empeñar el cartón del subsidio para comprar el primer bote. Los hijos fueron creciendo y se pasaron al arrastre. Con el dinero que les prestó el banco compraron La Perla.

Salían a la mar a las cinco de la mañana, cosían las redes, tintaban los artes de cáñamo, pero era María la que siempre negociaba los préstamos con los bancos, nunca le devolvieron una letra. Su hijo mayor empezó a embarcarse a los nueve años y, conforme fueron creciendo, ella se fue quedando en tierra, pero se pasaba la madrugada en la lonja de guardiana del pescado, esperando la hora de la venta.

La Coneja hablaba con sus barcos por Onda Pesquera, antes de que existiera el móvil para preguntar por las capturas. Y se conocía, como el mejor lobo de mar, cada caladero, cada muesca en la costa, desde Canto Mónsul, a las Quinientas viviendas.

Pasaron muchas desgracias en esta familia, varios naufragios y cuatro barcos hundidos: el Segura Hermanos, en Melilla; el Segura Ferrer, en la Isla; el Nuevo Segura Hermanos y el Bahía de las Negras, que se pegó fuego y uno de sus hijos perdió dos dedos.
 
María la Coneja, viuda desde hacía casi 30 años, dejó más de veinte nietos y bisnietos, anclada hasta el último día de 2016 a su querido barrio de Pescadería y a su viejo muelle, desde el que cuando era una niña veía mecerse los barcos de vela y los vapores, que se llevaban en su vientre a muchos almerienses a la Argentina, entre barriles de uva de Ohanes y toneles de naranjas.



León González Manuel





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