Miguel GARCÍA BRETONES


GARCÍA BRETONES, Miguel (Almería, 1894 - Almería, 1966). Empresario de salas de cine.


Miguel García Bretones, un almeriense con manos finas para las herramientas y buenos ojos para los negocios, supo sacar petróleo de un décimo premiado de la Lotería Nacional. Nació en 1894, muy cerca de la Puerta Purchena y muy joven entró de aprendiz en ese gigante industrial que era entonces talleres Oliveros, en lo que era entonces el arrabal de Almería, enfrente de Las Almadrabillas. Allí, con su hermano José, aprendió el oficio arreglando vagones de tren. Hasta que el año que se proclamó la II República le tocaron 125.000 pesetas de entonces. Esos billetes verdes despertaron el espíritu de emprendedor que llevaba dentro Miguel. Abandonó la factoría de don Antonio Oliveros y compró junto con su hermano -también agraciado- el edificio llamado entonces de Las Siamesas, en la calle San Leonardo, para montar un taller con garaje y una casa para cada uno.  
 
Miguel García Bretones quería hacer empresa, tener más empleados, dar más jornales, ir engrandeciendo su capital. Y se metió en un territorio desconocido, el del cine, un negocio que también empezaba a pitar en la ciudad, cuando hasta hacía poco la ciudad solo había tenido gramófonos y el vermú para matar el tiempo en las tardes de domingo.

En ese tiempo Almería empezó a llenarse de pantallas blancas y en cada barrio se montaba un cine de invierno o de verano. El Listz, Roma, Reyes Católicos, el Jurelico, Imperial, Monumental, Moderno, Los Ángeles, Emperador, Cervantes, Apolo, Bahía, San Miguel, entre otros. Miguel Bretones, neófito en películas de celuloide, montó a principios de los años 50 la terraza Oriente en el cine Monumental, en la calle Real del Barrio Alto, la terraza y el cine Pavía, que después, ya con canas en las sienes, vendió a la viuda de Vértiz. Su hijo, Antonio García del Águila, diseño y fabricó un proyector para el cine Pavía. Era un espacio no solo para la proyección de películas, sino también para verbenas y celebraciones de la gente del barrio. Y así, García, el del taller, llenó las calles de la Almería más antigua de resplandores de vaqueros y piratas, de películas de Luis Sandini y de Toni Leblanc, con la ayuda de taquilleros, operadores y acomodadores. Mantuvo los cines hasta que se cansó y siguió husmeando nuevos horizontes para crear empleo y ampliar sus caudales.  

Compró una finca en Pechina para poner en valor un inmenso huerto de naranjos, una delicia para un hombre hecho a sí mismo y un refugio para los sentidos en aquella Almería profunda de posguerra. Iban viento en popa los negocios de este almeriense emprendedor, pero no se cansaba de maquinar, como las locomotoras de la Renfe que engrasaba de joven. Se metió en el sector del transporte y compró unos camiones rusos, marca TCH y un Dodge americano de la Guerra Civil. Lo llamaron también para que diera clase como profesor de electromecánica de la Escuela de Artes y Oficios y llegó a construir a escala una locomotora de vapor. Llegó a idear motores anti-fugas, bombas horizontales para pozos artesianos, tenía buena mano para el dibujo, pero nunca patentó ninguno de estos pequeños inventos. Fueron para él oficios y distracciones pasajeras. Falleció tras una intensa vida empresarial, Miguel García, con 72 años.



León González Manuel





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