La Localidad

 

 

 

El Pueblo

Podemos haber visto lugares, contemplado paisajes y espacios que hayan causado en nosotros magníficas impresiones, estados de ánimo espléndidos, gratas sensaciones, recuerdos imborrables y placenteros, pero la impronta que marca en nuestro corazón el lugar donde hemos nacido y vivido nuestra niñez y juventud, la nostalgia que produce en el alma su sola evocación, supera con creces esas extraordinarias visiones, los mágicos y prodigiosos disfrutes de exóticos lugares, de sorprendentes culturas, que sí, que son maravillas universalmente reconocidas y que alimentan nuestra sed de belleza, y nos conmueve, y lo llevaremos en la memoria, pero la huella que dejan nunca alcanzarán ni por asomo el calor de los tiernos recuerdos del suave o agreste paisaje, del cálido afecto, de las imborrables y emotivas sensaciones que experimentamos en el alma con la sola evocación del pueblo, de nuestro querido pueblo. Los que por desgracia, a la vez que por necesidades laborales y universitarias, tuvimos que abandonar Alcolea hace años, ni por un momento hemos dejado de pensar en ella, ni de recordar como era, pues la modernidad, como no podía ser de otra manera, también ha llegado a este bendito pueblo de las Alpujarras.


 

 

 

Visita

Acompáñenos si quieren visitar Alcolea, les aseguramos que no se arrepentirán. Una nueva urbanización ha anticipado la llegada al casco urbano para los viajeros que procedentes de Berja o Ugíjar se acercan a nuestro término. La barriada de la Ermita es ya una realidad y el comienzo del pueblo. A pesar de las mal entendidas modernidades, Alcolea sigue ofreciendo las blancas fachadas donde el sol del verano se refleja sin calentar las frescas salas de sus interiores. Ahí, en lo que antaño fue la era de Santa Rosa, respetada en parte, se ha acondicionado uno de los tres magníficos miradores que dominan Sierra Nevada. Seguimos adelante y en el mismo puente que cubre el Barranco del Cerro se abre la que en épocas pasadas era la entrada de Alcolea, entrada amplia y espaciosa y cuya superficie cubre casi en su totalidad la sombra de un formidable castaño loco (plátano plátanus st.) que da frescura a los alcoleanos desocupados, que cobijados bajo su protección, despiden con lentitud el eterno tiempo que en suave cadencia se va desgranando en plácidas charlas que escapan, como escapa la tarde o el agua de la cercana fuente cuyo susurro llega tenue desde el lavadero. Podemos iniciar el recorrido por la calle Real, que se abre hacia la derecha. La almazara que la estrechaba ha caído bajo la implacable piqueta y la angostura que antes la estrangulaba se ha abierto a la modernidad. La cal da color y limpieza a las blancas fachadas de sus casas, todas de dos plantas. Un amplio ensanche abre una nueva calle, el callejón del Chorrillo, donde aún permanece descubierta la balsa. En realidad, y aunque sigue formando parte de la calle Real, adquiere aquí otro nombre: “El Repartidor,” porque unas compuertas de madera regulan aquí el sentido del agua de riego. Dos almazaras se unían por el Portón donde también había un horno, hoy desaparecido. En nuestro recorrido veremos magníficas casas y frondosos huertos.

Las Plazas

La calle Real nos llevará a la plaza del Ayuntamiento con los “miraores”, espléndida balconada, que acertadamente y con buen sentido se ha respetado en la obra de nueva planta. La primera acera del pueblo se hizo aquí, en la casa de Miguel, sin embargo y quizás porque la sombra daba más tiempo en la puerta de Rosica Martínez, era aquí y en las lastras que asomaban de su cimentación donde los hombres se sentaban los domingos hasta el medio día. Muy cerca está la plaza de la Iglesia, hoy ajardinada, con una hermosa fuente y las estatuas homenaje al “Olivarero y la Aceitunera” y que antaño era el lugar preferido para los juegos de la chiquillería y aun sigue esta costumbre pero ya con un hermoso parque infantil.

La Iglesia

La Iglesia, capaz de albergar a todo el pueblo, es su edificio más destacado. Su construcción; bóveda de medio cañón con arcos fajones, lunetos ciegos y cúpula de media naranja sobre pechinas, es una digna obra que se enorgullece de enseñorear una torre con redondeado chapitel que la diferencia de otras torres de las Alpujarras.

Las Calles

Tanto de la plaza del Ayuntamiento como desde la plaza de la Iglesia arrancan calles y callejones que en un arbitrario trazado desprecia la geometría de la línea recta y nos recuerda machaconamente su originario pasado morisco. Los nombres que llevan son lógicos y alguno poético: calle Peñuelas, calle Jazmines. Detrás de la iglesia se abre otra calle: el Ributo, que conduce al río (Cuesta del Río) o a la Fuente de la Iglesia. En invierno siempre hace aquí más frío que en cualquier otro lugar del pueblo y es que la calle del antiguo cementerio discurre por la fachada norte de la iglesia. A la Placilla, donde se encuentra la plaza de abastos bajo el manto de otro gran castaño loco, (Plátano Plátanum st.) se puede acceder por varias direcciones pero aconsejamos hacerlo a través de la calle Peñuelas y por un estrecho callejón, el más angosto del pueblo y por el que apenas si cabemos, pudiendo ir tocando con las manos la cal de ambas fachadas. En esta placita, donde otra almazara transforma en otro líquido las preciadas aceitunas de los centenarios olivos, orgullo de los alcoleanos y memoria de su pasado, había un callejón sin salida y cerrado por la puerta de una huerta, hoy urbanizada, allí se vio el primer cine mudo que llegó al pueblo, cine que, como los titiriteros, que a veces actuaban en la posada de Rogelia o en el salón de Montero, iban ambulantes y mostraban en los pueblos los adelantos del progreso. En Alcolea la palabra barrio aparece solamente para designar la zona que se asoma al Barranco del Cerro y que al ser un poco más bajo de nivel que el resto del pueblo, recibe el apelativo de Bajo, en cambio la parte más elevada, si exceptuamos el Cerro, no lleva el nombre de barrio sino de lugar: “Alto Lugar”. Las macetas florecen en muchos de los balcones y en maceteros en rincones y barandas donde el Ayuntamiento cuidadosamente ha ido plantando geranios y otras flores que adornan todas las calles del pueblo y los quiebros de las calles nos van conduciendo por la morisca Alcolea donde los huertos siguen asomándose para prestar sus aromas y floresta.


 

Las Fuentes

Las fuentes de Alcolea dan nombre a las calles donde se encuentran. La mencionada Escalona, el Chorrillo, la fuente del Peral, la fuente Nueva, la fuente de la Escopeta (su caño es el cañón de dicha arma), la de la Iglesia, la Pileta y otras como la Fuentecilla y la del Cerro, hoy desaparecidas, refrescan y riegan los huertos y las cercanas paratas. Cada fuente es un poema que, o emerge fuerte y vigoroso sonando como un órgano de varios tubos, canta sobre el reducido pilar, borbotea susurrando callados sonetos, gime resbalando sobre la piedra de su taza o salpica riendo y tarareando olvidadas músicas de otros tiempos. Francisco Villaespesa que cantó “Las fuentes de Granada” entendió a la perfección el lenguaje del agua de las fuentes. La calle Mesón nos lleva de nuevo a la Fuente Escalona, pero merece la pena asomarse a la Rinconada, recoleta placita sin salida, donde sus vecinos en verano sacan sus sillas de anea a la puerta de sus casas y hasta altas horas de la noche niños y mayores la llenan de juegos y de palabras. Una vez en la Fuente Escalona podemos bajar por el camino que se bifurca hacia la Joya y hacia la Ermita. Junto a las Escuelas se está construyendo un auditórium teatro que a la vez hará de edificio de usos múltiples, donde la Banda Municipal de Música recién creada y diferentes grupos de teatro y folclóricos podrán hacer sus actuaciones y ensayos. En nuestra época teníamos que habilitar la nave de una almazara, si es que nos la dejaban.

Las Ermitas

El camino de la Ermita está llamado a ser el paseo del pueblo, va entre sombras de olivo y flores de almendro, pasa por la Ermitica de las Ánimas y llega a la gran Ermita, que fue construida en el siglo dieciocho bajo la advocación de San Sebastián y San Ildefonso; una zona ajardinada con hermosa fuente y parque infantil enaltece a la formidable construcción. En lo que fuera vivienda del ermitaño se ha habilitado una decorosa Oficina de Turismo donde el visitante se puede documentar sobre lugares de ocio y paisajístico. No nos resignamos a que el enorme pozo de gran base y situado delante de la fachada esté sin uso, pues dado el desnivel del cercano camino sería fácil acceder a él. Una pequeña sala de exposiciones podía tener allí su sede permanente. Tras la Ermita un formidable mirador nos muestra el serpenteante río, la Joya y la Angostura.

Las Azoteas

Hemos dicho que sus casas son de dos plantas, pero las azoteas juegan un papel muy importante; son almacén de trastos viejos, pero también fueron y aún lo son, lugar donde se curan jamones, chacinas y hojas de tocino, sobre todo cuando se hacían las matanzas, hoy rara familia las hace; se guardaban y se guardan los higos que cada tarde hay que meter desde el terrado para que la humedad de la noche no los dañe. Hoy se ven todavía ristras de pimientos colorados que dan una pincelada alegre sobre la blanca cal de las fachadas.

Los Tinaos

Otra parte esencial en muchas de sus casas son los tinaos o terrazas, generalmente abiertos sobre los huertos. Macetas de claveles y geranios adornan sus balaustradas. En este entrañable espacio se hace la vida en verano, pues al estar cubierto por un emparrado protege de los rayos del sol y crea un micro clima donde la familia hace sus reuniones.

Los Corrales

La planta baja de las casas estaba dedicada a las cuadras y a los animales, a excepción de un gran portal, mayor cuanto lo es la edificación, y casi siempre con la puerta de la calle abierta de par en par. Algunos edificios adosan a la cuadra, donde están las bestias y el gallinero, una pequeña bodega donde guardan la cosecha propia de vino, e incluso un lagar. Los avances agropecuarios han ido arrinconando la ancestral agricultura y los animales han sido sustituidos por tractores y mulas mecánicas y ello ha traído consigo que se habiliten y acomoden las plantas bajas creando nuevos espacios especialmente apropiados para el verano.


 

Las Almazaras

La casi artesanal industria hizo que en su tiempo funcionaran en el pueblo siete almazaras, que en turnos de día y noche, podían dar abasto a la gran riqueza del municipio que es la aceituna. Las modernas técnicas cerraron primero la del Portón, luego el de Doña Adela, más tarde la de la Fuente Nueva, y después la de lo Hondo y la del Corralón, también cerró la “desengrasadora”, que extraía el aceite del orujo por procedimientos químicos. A cambio, se ha abierto una fábrica de aceite (me resisto a llamarle almazara) en la carretera, que está completamente automatizada, es el precio del maquinismo y de la modernidad. En la actualidad solo existe ésta y la de la calle Real, ambas con el mismo procedimiento.


 

El Cerro

El barrio del Cerro, el de más amplio horizonte, está hoy derruido pero le auguramos un futuro esplendoroso a corto plazo, el propio Ayuntamiento, y junto al más panorámico de sus miradores, está construyendo apartamentos que abrirán sus ventanas al abismo de la sierra de Gádor que se precipita sobre el río Alcolea y después se levanta en olas de interminables lomas pardas, grises y azuladas hasta el túmulo nevado que fue catafalco del padre de Boabdil: el Mulhacén. La vista es impresionante y contemplar esa inmensidad de horizonte donde pequeñas manchas de cal denuncia los pueblos de las Alpujarras, granadina y almeriense, producen en nuestro espíritu una paz y una serenidad inigualables.


 

El Presente

El pueblo, colgado en la sierra de Gádor, mira de frente a Sierra Nevada y lo hace con optimismo y sin complejos. Su población no sólo se ha estabilizado sino que empieza a crecer. Las nuevas construcciones en las que la launa de los terraos es sustituida por la teja alicantina denotan que se ha incorporado a las innovadoras técnicas de la arquitectura, pero las ancestrales costumbres perviven en sus gentes.

Las Gentes

Las gentes de Alcolea han sido siempre audaces y emprendedoras e hicieron, en aquellos tiempos casi heroicos, las Américas primero, luego emigraron a Cataluña y después buscaron la próspera Alemania. El trabajo nunca les ha asustado y por eso han triunfado fuera de su tierra. Algunos, ya jubilados, regresan al calor de los suyos, porque volvemos al principio, las raíces nunca se pierden, por muy bien que nos haya ido y nos hayan tratado en otros lugares, nuestro pueblo es nuestro pueblo.

Los Olivos

Los viejos olivos con sus retorcidos troncos, a veces huecos, donde nos escondíamos en los juegos infantiles, renuevan sus ramas en un difícil y milagroso recorrido de su savia y nos ofrecen sus lozanas aceitunas que son trabajo, riqueza y oleoso néctar de los dioses del Olimpo de cuyas laderas sin duda proceden.

El Acero Cultural

Los pueblos son como el arcano donde se conservan las esencias y tradiciones de los antepasados y es que apenas si sufren la invasión de las grandes ciudades, podrá perder población porque sus hijos se vean obligados a buscar lo que la agricultura de su terruño no ha podido ofrecerles, pero estas ausencias no se cubren con foráneos en número significativo para poder amenazar ni influir en hábitos ni en costumbres. El recuerdo de algunos simpáticos y familiares personajes ha ido creando infinidad de dichos o refranes. Otros más pintorescos, con su natural gracejo y desparpajo, nos han hecho reír con ganas, pues su ingenio, y a pesar de la incultura a que su nivel social les condenó, nos sorprendieron y deleitaron con hipéboles y metáforas que nunca habían aprendido en ninguna Gramática y que hubieran sorprendido a los profesionales de la escribanía. Todas e as pinceladas de paisajes, vivencias, personas, nostalgias, colores, olores y nebulosos recuerdos que cada día más se pierden en nuestra memoria conforman este inigualable pueblo, y lo es no sólo porque es el nuestro, sino que objetivamente y sin pasión alguna lo es. Ustedes podrán comprobarlo si se pierden en sus callejones, otean desde sus tres atalayas los inmensos y dilatados paisajes de olivos y almendros en flor, degustan sus vinos y prueban su dorado aceite. Los mesones que en otros tiempos se echaban de menos podrán saciar al viajero, que encontrará exquisito gusto y buen yantar.


Por Francisco López Moya (Escritor)