Pablo CASSINELLO CLARES


CASSINELLO CLARES, Pablo (Madrid, 1933 - Almería, 2015). Ingeniero industrial. Gerente de Celulosa Almería.


Era frecuente verlo caminar con su pelo nevado, en vaqueros, con más de 80 años, por las anchuras del paseo de San Luis o por las estrecheces de la calle la Reina, donde tenía su hogar. A Pablo Cassinello Clares le tocó soportar las críticas ciudadanas por el olor que desprendía la Celulosa, la fábrica de la que fue gerente varios años.

Antes de eso, el flemático Pablo, nieto de Pablo Clares, héroe militar que perdió un ojo en la guerra de Cuba, y del abogado Joaquín Cassinello Vivas, estudió para ingeniero industrial en la calle Alberto Aguilera de Madrid.

Empezó a trabajar en Cartagena, en el montaje de la central térmica de Escombreras, y de allí lo fichó una multinacional israelita que fue quien llevó a cabo la construcción de la controvertida Celulosa Almeriense. Pablo estuvo desde sus inicios en el proyecto como director gerente. Se le podía ver en los tiempos de la construcción -en el lugar que hoy ocupa el polígono del mismo nombre- joven, espigado, siempre junto a las calderas, con un cigarrillo en los labios, al lado de los accionistas de una empresa que tanta expectación levantó en su tiempo, gente como José Manuel Gomendio, Alfredo Domenech, Sánchez Ezquerra o el que fuera alcalde y abogado del Estado, Emilio Pérez Manzuco.

Casi el cien por cien de la producción estaba dirigido a la exportación: Inglaterra, Italia, Francia, Estados Unidos, Suiza, Finlandia, Alemania, Japón y Singapur, produciendo un millón y medio de dólares en divisas.

La pasta la compraban los británicos por su grosor para hacer tarjetas de visita de grandes empresas y para el papel timbrado y el de la Administración de Justicia. Los americanos la utilizaban para los filtros de aire de los vehículos y en otros países se empleaba como papel de liar tabaco y para los filtros de los cigarrillos.

Durante 17 años, de 1965 a 1982, en la carretera de Sierra Alhamilla de la capital, funcionó la fábrica de pasta de papel más grande del mundo, que producía hasta cien toneladas diarias y empleaba más de cien obreros, pero para muchos almerienses, por los vapores que exhalaba, era un lugar maldito. Hasta que cerró sus puertas de forma traumática, tras una ardua batalla sindical con secuestro del director incluido, en la que los empleados tuvieron que recurrir al Fondo de Garantía Salarial.



León González Manuel





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