Salvador MARTÍNEZ LAROCA


MARTÍNEZ LAROCA, Salvador (Vélez Rubio, 1902 - Puebla de la Calzada, Badajoz, 1984). Médico y político.


      Nacido en el seno de una familia de clase trabajadora medianamente acomodada, estudió bachillerato en su pueblo (hasta 1919) y la carrera de Medicina en Granada (1919-22) y Madrid, donde asistió al Ateneo, se abrió a las ideas del momento y se conoció a importantes personalidades. Miembro activo de Acción Republicana, el partido de Azaña, obtuvo acta de concejal (12-IV-1931) y, proclamada la República, fue designado presidente de la Comisión Gestora para preparar las nuevas municipales (30-V- 1931). Concejal del Ayuntamiento de Vélez Rubio durante todo el periodo de la República (excepto el tiempo de suspensión forzada de 7-IX-34 a 22-II-36) y los primeros meses de la Guerra, hasta noviembre del 36; ostentó el cargo de alcalde en tres ocasiones (V-31 a 31-II-1933; IX-1933 a III-1934; II-VIII- 1936). Entre febrero y septiembre del 33 fue designado Presidente de la inestable Comisión Gestora de Diputación Provincial, logrando, bajo su mandato, constituir el Patronato del incipiente Museo de Almería, así como la adopción de una serie de mejoras y polémicas reformas en los establecimientos benéficos: manicomio, casa-cuna y hospital.

      Enardecido y consecuente republicano, amigo personal del experimentado Augusto Barcia, y fundador y líder de IR en el partido judicial, su política y actividad municipales estuvieron orientadas a lograr el orden público y la paz social, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y fomentar la enseñanza pública y laica, de la que era furibundo defensor. Acusado por la derecha de instigador de una huelga de olivareros, excitar a la clase trabajadora y perturbar el orden público, fue destituido como alcalde (IX-34) y, poco después, también suspendido como concejal. Tras las elecciones de febrero del 36, donde resultó triunfante el Frente Popular de Izquierdas, se restituye la corporación de Laroca.

      Conocido popularmente como don Salvador o, simplemente por su apellido, Laroca, ha sido, sin duda, una de las personas más célebres durante el siglo XX de la Comarca y, en particular, de Vélez Rubio, tanto por su propio prestigio personal y profesional en la política y en la medicina, como por su trabajo en favor de los más desfavorecidos. En mayo del 1930 se dio de alta en el Colegio de Médicos de Almería y, en abril de 1939, por decisión de la Junta de Gobierno, se suspendió en sus derechos “por su actuación contraria al Glorioso Movimiento Nacional”. En gran parte, esa merecida fama de hombre bueno y solidario con los más débiles y necesitados se debió a su profesión de médico, en una sociedad sin seguro de enfermedad y con graves carencias de alimentación e higiene; fue llamado por el pueblo el padre de los pobres, frente a sus adversarios y enemigos políticos que lo consideraban despectivamente el cacique rojo.

      No era creyente católico y, manteniendo una postura de anticlerical intelectual, se declaraba al margen de religiones y ateo; paradójicamente, a él se debe la conservación de gran parte de patrimonio religioso velezano amenazado por la furia desatada del verano del 36. Fiel a sus convicciones, tanto su casamiento (Jueves Santo de 1933) como el entierro de su esposa, Carolina Gómez Martínez de Galinsoga (II-1936), lo hizo por lo civil, convirtiéndose, para sus seguidores, en una auténtica manifestación de duelo y apoyo a Laroca; en tanto que para sus enemigos era un desprecio a la religión católica.

    Cuando se produjo la sublevación militar del 18 de julio, desde su liderazgo social y político, tomó medidas para defender la legalidad republicana y garantizar la seguridad, presidiendo durante unas semanas el Comité del Frente Popular para, según propias palabras, “frenar la actuación revolucionaria del mismo" y, al no conseguirlo, se retiró de él a comienzos de septiembre. Durante la Guerra, arriesgando su propia vida, de forma personal y valiéndose de su influencia, ocultó y alimentó a elementos perseguidos de derechas en su propio domicilio; hizo frente a milicianos, comités y autoridades revolucionarias que ordenaban detenciones sin cuento; logró trasladar un gran número de presos de la cárcel de Huéscar a Vélez porque sus vidas corrían peligro; acompañó a vecinos a Valencia, a Almería y otros lugares para garantizarles su seguridad; informó de posibles detenciones para que pudieran huir o esconderse, incautó los edificios religiosos para salvarlos de la cólera anticlerical; facilitó el auxilio espiritual religioso a personas en trágicas circunstancias; trasladó, ocultó y salvó las imágenes de mayor valor artístico y más devoción entre los velezanos; protegió a los sacerdotes de la localidad facilitándoles refugio seguro sin denunciarlos, etc. La fama de protector de perseguidos era conocida en la propia localidad y en los pueblos próximos que acudían a él en busca de protección y sustento.

      Ante la inoperancia del Ayuntamiento y el cariz de los acontecimientos locales, dominados en gran parte por las fuerzas obreristas de izquierda, dimite como alcalde (11-IX-1936) y comienzan las diferencias con sus antiguos compañeros de viaje: socialistas y comunistas. Por orden del gobernador socialista G. Morón (III-1937), Laroca fue detenido, conducido a Almería y expulsado de su pueblo; pasando a dirigir el Hospital de Sangre de Valencia hasta el final de la Guerra. En la ciudad levantina siguió adelante con su labor humanitaria en la medida de sus posibilidades, alejado de la política, dedicado a su labor profesional y a la protección de perseguidos o con necesidad de amparo.

      Al finalizar la Guerra, convencido de su inocencia, prefirió no huir al exilio; sin embargo, fue detenido en Valencia (4-IV-39) y trasladado a la prisión de Vélez Rubio, donde permanecerá en calidad de preventivo durante todas las diligencias previas y sometido a humillaciones y, en algún caso, tratos vejatorios, hasta su traslado a Granada para la audiencia y condena subsiguiente (21-III-1940). Fue acusado de inductor, jefe, inspirador, organizador y director de todas las desgracias, actuaciones e infortunios: “responsable moral de todos los hechos vandálicos ocurridos en esta villa antes y después del Glorioso Movimiento Nacional”. El tribunal militar de Granada (6-VI-1940) mantiene la acusación de hechos probados (jefe de IR, alcalde y presidente del Comité Revolucionario en el verano del 36, medidas para impedir el triunfo del alzamiento militar, destrucción de algunas imágenes religiosas, etc) y, aunque admite que no participó en delitos de sangre y reconoce su labor en pro de numerosas personas de varios pueblos, evitando el encarcelamiento y asesinato, así como sus servicios en el Hospital de Valencia favoreciendo a muchas personas, consideró que los hechos probados eran constitutivos del delito de adhesión a la rebelión militar, imponiéndole la pena de reclusión perpetua a 30 años y un día.

      Condenado oficialmente, ingresó en la cárcel de Granada (21-IV-40), luego en la de Guadix y, finalmente (17-XII-43), en el destacamento de penados de Miraflores de la Sierra (Madrid) hasta la condicional el 19 de marzo del 44, residiendo obligatoriamente en Madrid y sometido a los controles periódicos. En virtud del decreto de 19-X-1945, por el que se concede el indulto total a los condenados por adhesión a la rebelión militar, salió definitivamente de la cárcel a comienzos del 46, residiendo, primero, en Madrid y, luego, en Puebla de la Calzada, donde se estableció con unos familiares. No pudo ejercer la medicina porque estuvo inhabilitado, aunque su casa estaba llena de gentes que acudían sin cobrar absolutamente nada. A pesar de las graves adversidades, mantuvo íntegro su espíritu de supervivencia, su posición humanitaria y solidaria al lado del necesitado y su fe de republicano consecuente. Alcanzó a ver la democracia hasta su muerte en 1984, pero siempre se negó a encabezar candidaturas políticas o a volver a pisar Vélez Rubio, seguramente por el dolor que injustamente le produjo su proceso judicial, las acusaciones de determinadas personas y el periodo de cárcel. Su figura y actuación despertó pasiones encontradas entre bandos rivales, pero aún hoy permanece en la memoria colectiva de muchos velezanos que le conocieron o que, posteriormente a 1939, han oído hablar de él.




Lentisco Puche, José Domingo





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