Presbítero, poeta y dramaturgo. Al pertenecer a una familia humilde y demostrar inteligencia e inclinación al estudio, sus progenitores le animaron a seguir la carrera eclesiástica por considerarla más asequible a sus limitados medios. Así lo hizo y, en 1865, fue ordenado presbítero en Cuevas, lugar que ya no abandonaría hasta su prematura muerte. Muy reconocido entre la burguesía local, le confiaron la preparación de sus vástagos en aquellas asignaturas que por entonces conformaban el bachillerato, adquiriendo su centro de estudios gran fama y prestigio. En esta labor docente continuaría a partir de 1881, cuando es nombrado catedrático del nuevo colegio de 2ª enseñanza Ntra. Sra. del Carmen.

      Su afición al cultivo de las letras y a toda manifestación cultural le llevó a erigirse en uno de los más activos fundadores del Círculo Literario y Artístico. Allí se recitaron sus composiciones poéticas y se representó gran parte de su producción dramática. Pues Molina demostró siempre un fecundo ingenio para la versificación que lo mismo se materializaba en composiciones de contenido jocoso, alegórico o circunstancial, que se impregnaba de religiosidad, tema este último de amplio cultivo por parte del presbítero. Precisamente, una buena muestra de su poesía religiosa, sobre todo de alabanza mariana, vio la luz en las páginas de El Minero de Almagrera, del que fue durante casi diez años redactor literario y estrecho colaborador.

      Pero nuestro vate se convirtió en un auténtico especialista en poesía circunstancial, de contenido alegórico, escrita para conmemorar los grandes acontecimientos sociales y culturales de la localidad, destacando dos extensas loas tituladas El triunfo del genio (1881), escrita con motivo del segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca, y A la ciudad de Cuevas (1882), conmemorativa de la inauguración de la traída de las aguas potables. De su pluma nacerían otros poemas menores destinados a eternizar la apertura del Juzgado de Instrucción, la del colegio Ntra. Sra. del Carmen o en honor del filántropo José Mª Muñoz, tras las inundaciones de 1879. Escribió varias obras dramáticas, entre las que destacarían una revista de crítica titulada La botica social; Un corazón de oro, comedia en dos cuadros; y su obra mayor, No matar, drama en tres actos representado en Cuevas, en 1880. Cuando le sorprende la muerte se hallaba trabajando en una obra de gran espectáculo para la inauguración del Teatro Echegaray.