Morisco, sedero. Ejerció durante la segunda mitad del siglo XVI el cargo de jeliz de la seda en la alcaicería de Almería, sucediendo en el oficio a su hermano Francisco. Poco tiempo después de la conquista de Almería, el oficio de jeliz, esencial para la comercialización e inspección fiscal de la seda, fue concedido por merced real a Luis de Guzmán, alcaide de la Alcazaba de Almería (quien lo arrendó al morisco Diego López Aid); pero pronto pasó a formar parte de la hacienda de la ciudad, cuyo concejo nombraba al jeliz y lo costeaba con un salario de 15.000 mrs. anuales, más 3 mrs. por libra de seda vendida.

      Aunque lejos de la importancia que alcanzó la seda almeriense en la época nazarí, todavía en el siglo XVI los moriscos constituían un nutrido gremio de sederos en Almería (“almaizaleros”, “toqueros”, “torcedores”), destacando algunos de sus miembros por su poder económico e influencia social, como Francisco Lagin o Luis Ferincho. El propio Diego Pérez Rubina fue uno de los mayores terratenientes de la Almería morisca, pues poseía una gran propiedad concentrada en Alhadra: todo el pago del Cordobí era suyo; constituía una extensa finca de 90 tahúllas, con casa propia; lindaba con tierras de Francisco de Belvis, el molino de la Torre y el río. En la ciudad, Diego disponía de una casa y dos tiendas, situadas en la parroquia de la Iglesia Mayor.

      Los grandes conocimientos de la industria y comercialización de la seda motivaron que Diego fuera exceptuado de la expulsión de los moriscos (1-XI- 1570) y siguiese ejerciendo su oficio durante algunos años más. Pero no se libró de la confiscación de su gran finca, que fue dividida en numerosos lotes y repartida entre los repobladores cristianos viejos que acudieron tras la deportación morisca. Actuó como seis o conocedor en el apeo de los bienes moriscos de la ciudad y campo de Almería, llevado a cabo por el comisario doctor Peñalosa en 1572.