Gordon GOODY 


GOODY, Gordon (Londres, 1929 - Mojácar, 2016). Atracador.


A Gordon Goody, el famoso atracador de 2,6 millones de libras esterlinas del tren de Glasgow en 1963, se le podía ver entre los camareros del bar El Arco, en las legendarias fiestas de Titos, a la luz de la luna de Las Ventanicas, en el Koy de Mauro. Se le podía ver con el pelo amarillo, alto como una estaca, acariciando la cara de los niños de sus amigos en grandes celebraciones, con mesas corridas repletas de licores. Mojácar le enseñó a vivir, le hizo olvidar sus ganas enloquecidas de hacerse rico a costa de lo que fuese.

Fue un ladrón de guante blanco que nunca pegó un tiro, que le gustaba lucir Rolex en la muñeca y calzarse zapatos italianos. Fue un jovenzuelo con ínfulas, en un barrio inglés de rapaces, que no supo escapar de la telaraña del hampa, hasta que llegó a la Mojácar de los 70, aquella en la que aún se mezclaba el pimentón con el gin-tonic.

Gordon, con su porte de caballero inglés, nunca quiso hablar de su pasado, de lo que ocurrió esa larga madrugada del 8 de agosto de 1963, en la que en veinte minutos desvalijaron un tren entero.

Gordon se hizo viejo en el Levante almeriense. Se gastaron allí sus ojos, los mismos que vieron millones de billetes amontonados con la efigie de la reina Isabel sobre un tapete de hule, como un trofeo de caza. En 1980, el periodista de La Voz de Almería, Manuel Falces, se encontró con Goody en la librería Cajal, leyendo el primer libro sobre el atraco Los ladrones del tren de Glasgow. El redactor, curioso, le preguntó por qué hojeaba con tanta avidez el volumen y Gordon no dudó en decirle que él era uno de los ladrones y terminó firmándole un ejemplar al padre del primer director del Centro Andaluz de la Fotografía. Gordon encontró en Mojácar la tranquilidad que demandaba después de sus años intrépidos.

Fue en la isla de Wight, donde cumplía condena, viendo volar cormoranes, donde otro preso con pijama de rayas le habló de Mojácar a Gordon. “Mojácar”: le sonó a libertad, a utopía, a playas desnudas de pasado, donde hacer borrón y cuenta nueva en el libro de su vida.
 
Le sonó a ilusión por seguir viviendo, por mantener la llama del delirio encendida, a un joven de poco más de 30 años que acababa de protagonizar el golpe del siglo. Se encariñó con esa tierra almeriense sin conocerla, colgado por ella, sin saberlo, por las descripciones que le hacía su vecino de celda, sin haber pisado siquiera sus calles o su arena, como las pisó luego. Se puso a aprender español con cintas de radiocasete, sabiendo que tenía por delante mucho tiempo. Pero la condena se quedó en 12 años, de 35 iniciales, por un cambio de ley. Gordon Goody, la mañana de su libertad, se afeitó, se vio una década más viejo, hizo el petate y pensó en Mojácar, como Morgan Freeman pensó en Zihuatanejo.

Hasta Mojácar llegó en 1977 el cerebro del asalto al tren de Glasgow de 1963, el que fue portada de todos los periódicos del mundo, al que le correspondían tres millones de euros del robo, pero que no llegó a ver ni un penique.

Se compró el ladrón de guante blanco, el Dioni inglés, un apartamento en Guardias Viejas, en esa Mojácar playa que empezaba a consolidarse como el nuevo territorio donde nadie preguntaba por el pasado. Compró uno de los primeros chiringuitos, con el aventurero nombre de Kontiki, a un compatriota primo de la reina de Inglaterra. Y allí, frente al parador de turismo, con sus brazos tatuados y su semblante de tipo duro, se puso a tirar pintas de cerveza y a brasear sardinas. Fueron transcurriendo los últimos años de su vida rodeado de una colonia de amigos que lo protegían de su pretérito imperfecto, con los que compartía el rosbif de los domingos. Se mudó a un cortijo en Vera, donde vivió rodeado de perros y gallinas junto a su compañera María Antonia hasta su fallecimiento en 2016 con 87 años.



León González Manuel





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