Francisco Bascuñana Cruz, el tío Frasquito el Pobre, un arriero de Vera, se cansó de arrear a la mula y colgó los capachos para regentar una pequeña posada a la vera del camino de Níjar a Almería, en lo que era una ancestral cañada ganadera.
Levantó la venta en el lejano 1853, con sus propias manos, con piedra, cañas y barro, en ese cruce de caminos entre Níjar, Sorbas y Lucainena, en un lugar solitario y fantasmagórico donde hasta entonces solo brillaba la luna llena.
Desde entonces, se hizo parada obligatoria de los cabreros que iban a Almería con el ganado, de las primitivas tartanas de viajeros de Levante, de los pescadores de Carboneras que hacían noche en los camastros de la venta antes de embarcar en Almería para la almadraba gaditana.
Allí, el tío Frasquito, con unas cuantas mesas y un mostrador crio a sus hijos, se hizo con algunas fanegas más de tierra, y después de más de medio siglo, ya muerto el inquieto fundador, estos se lo vendieron a José Vergel Torrecilla en 1915 quien al poco decidió oír los cantos de sirena que llegaban de la rica Argentina y se la traspasó a su hermano Luis, que acababa de volver de ultramar.
Luis Vergel fue el artífice del despegue de la Venta del Pobre, cuando empezó a hacer de aguador de los trabajadores de la carretera de Carboneras que empezaba a construirse. Se casó con Josefina Cortés y fueron ampliando el negocio en esa encrucijada de caminos, dando comida y cama. Luis y Josefa fueron teniendo hijos -Isabel, Josefina, Pilar, Pepe, Luis, María y Ángeles- y decidió comprarse un taxi y después una línea de coches de Carboneras y Rodalquilar hasta Almería. Se agenció varios Chevrolet y Chrysler e hizo de un antiguo cordel de ganado una ruta alternativa a la imperial Nacional 340 de Tabernas para los viajeros de Levante que iban a Almería.
Era puro nervio este emprendedor nijareño que prosperaba día tras día, consciente de que la tangibilidad de la tierra es lo que siempre tendría precio: se hizo con la Venta de la Bernarda, limítrofe con la suya, con lo que pudo ampliar el negocio a 12 dormitorios de huéspedes más las 17 habitaciones familiares, el comedor, la barra y un economato de quincalla y alimentación. Compró también los montes comunales de esparto en pública subasta durante 16 años, dando trabajo a muchos menesterosos y el cortijo de la Cámara, de Francisco Caparrós, donde cosechaba cereales, higos, granadas y almendras.
Luis Vergel era como un torrente a la hora de lanzarse a nuevas aventuras empresariales, a pesar de sus limitaciones y las de su tiempo, aunque su gran afición era la doma de caballos y yeguas que había perfeccionado en Argentina. Fue capaz de convertir un erial en un lugar habitable, haciendo también una escuela para las cortijadas de los alrededores y pudo presumir de que en sus catres durmieron desde guardias civiles hasta misioneros, desde carreros a diputados de distrito, desde pastores a médicos de parturientas.
Hoy sigue ahí la Venta que levantara el tío Frasquito con sus propias manos, agraciada desde 1992 por el lamido de la autovía, en manos de otra generación de vergeles, ahora con gasolinera y sala de convite, con ese mismo papel estelar en el páramo nijareño, a nueve leguas de la Puerta de Purchena.