Pedro RUBIO PELEGRÍN


RUBIO PELEGRÍN, Pedro (Cuevas del Almanzora, 1912 - , Sin datos). Faquir.


La biografía de Pedro Rubio Pelegrín arranca en un hogar humilde y en unos tiempos turbulentos. Nació el 3 de julio de 1912 en la calle Santa Rita de Cuevas de Vera, nombre oficial entonces de la actual Cuevas del Almanzora. Era hijo de madre soltera, María Pelegrín López, aunque pronto fue reconocido por su padre adoptivo, Francisco Rubio Allentorn, de profesión jornalero.

La familia del futuro faquir emprendió, como tantas otras de ese tiempo inflamado de desarraigo, la vía de la emigración. Eligieron Argelia, en concreto el puerto de Mostaganem, junto al Oranesado, un territorio de jurisdicción francesa rico en uva y cítricos, en cuyos cultivos se empleó la familia Rubio Pelegrín. Fue creciendo Pedro y envejeciendo sus padres, soñando con volver a su tierra natal. Hasta que le llegaron desde la otra orilla los ecos balsámicos de la República recién proclamada en el país del que era oriundo.

Hizo el hato y volvió a su pueblo, a las calles de su infancia, a su Cuevas, que ya no se llamaba de Vera, sino del Almanzora. Cuando hubo visitado a todos sus familiares, quiso recorrer mundo como Marco Polo, buscándose la vida por esa nueva España amanecida, con sus inocentes 20 años. Era el año de 1932 y la realidad, los sinsabores y la falta de suerte lo hicieron madurar a la fuerza como a un niño yuntero, hasta que hundido en la falta de horizontes acabó con sus huesos en una fonda catalana en la que descubrió su gracia y le cambió la suerte. Lo primero que hizo, después de morder cristales, fue probar con botones, clavos, cemento, cal, hierro, cadenas y ver que todo cabía en su estómago de avestruz.

Intuyó, como mozo circense que había sido, que aquello podía ser un filón, y se presentó en el casino de aquel pueblo remoto, anunciándose como faquir, ante un público burlón que creía hallarse ante un charlatán andaluz.

Para convencerlos, Pedro se tragó de un golpe, tras masticarla, una placa de gramófono de la Niña de los Peines, como el que se comía un bollo de pan. Y después descuartizó una bombilla a mandíbula batiente y la fue haciendo bicarbonato hasta engullirla entera. Aquella noche iniciática recaudó once pesetas sin amagar el lomo y a la noche siguiente repitió y fueron 103 pesetas las que cayeron en la gorra.

El cuevano eligió de nombre artístico “Indio Klondrihon”, se tocó con un turbante y se puso a recorrer esa España turbulenta, que no sabía aun lo que se le venía encima. Fue actuando en pueblos como Fortuny, Malgrat, Calella, hasta que llegó a Valencia, donde alguien le recomendó que se hiciera una prueba médica. Delante de tres eminencias de la época, los doctores Vilar Sancho, Muñoz Carbonero y Alonso Ferrer -según atestigua el semanario gráfico Estampa- engulló una bola de plomo atada con un hilo con la que le hicieron una radiografía en la faringe. Pero en un descuido, Perico se tragó la bola y el hilo sonriendo con la altivez de un héroe troyano. Les dijo a los doctores que nunca había estado enfermo, solo resfriado, y que no sentía ningún dolor. Mientras que los galenos expedían un certificado de que no había truco ni camelo alguno en las experiencias del exótico faquir de Almería, Klondrihon se había merendado también un hermoso cenicero de escayola y un periódico que había encima de la mesa con el discurso íntegro de Manuel Azaña. Según narraba un diario local, Rubio llegó a actuar de telonero en 1934 en un mitin de Largo Caballero en Barcelona.

Siguió actuando en teatros de Castellón, Alicante, Toledo y Melilla, donde hizo el Servicio Militar en 1935. Allí se empleó en el Batallón de Cazadores número 4, donde se licenció, y donde el Telegrama del Rif celebraba sus excéntricas exhibiciones. Lejos de ser un asceta o un santón hindú de vida monástica como los faquires orientales, a Perico Rubio le gustaba presumir de su gracia como un charlatán de feria por cada pueblo que pasaba y se contentaba con cobrar unas cuantas monedas. Así fue hasta que la Guerra Civil, como todas las cosas de entonces, cercenó su carrera y su nombradía que iba en aumento y con los primeros tiros se perdió para siempre su paradero.



León González Manuel





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