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Nuestros Orígenes 

Sus orígenes como los de muchos pueblos aparecen difusos, pero todo hace pensar que fueron fenicios y tartesos los primeros en asentarse en este lugar y descubrir la riqueza minera que existe en las entrañas de sus montes, como lo demuestra los cargahierros de las fundiciones a campo abierto, técnica en la que fueron pioneros los fenicios. Bajando el río, aún quedan restos muy sólidos de una fundición y una herrería que a principios de siglo dieron fama a Bacares en todo al-Andalus, al que suministraba armas y herramientas, y más adelante el herraje de la catedral de Almería y las edificaciones más lujosas de esta ciudad. Sobre este escenario de piedra y cielo, sobre un montículo que divide dos de sus ríos, se alzan los restos de lo que es lo más emblemático del pueblo, lo que algún historiador describió como «un bello y coquetón castillo». Un especialista lo catalogó como romano y otros más bien encaminados lo consideran beréber, por ser los primeros islámicos que se establecieron en la península en los puntos de Castala, Sierra Elvira y Bacares.

"Castillo de Bacares"

El hecho de que estos bereberes llegaran huyendo de la invasión musulmana después de un largo período de tiempo de convivencia romano-beréber, con una mezcla de cultura autóctona y romana, donde su religión era una mezcla de supersticiones primarias y cristianas, nada de particular tendría que su arquitectura tuviera rasgos romanos. Hoy es tal el deterioro, que sería difícil catalogarlo incluso por los especialistas. Eugenio Noel lo visita en 1925, y dice de él: «reitero lo escaso existente del Castillo, tal sus recios cimientos, lienzos del recinto, algún torreón en inexplicable equilibrio, huecos de ventanales... he visto con pena en el alma otras muchas alcazabas, la maravillosa Al-Kasbah, aún vigilantes sobre nuestros pueblos y ciudades, secos y batidos son sus muros, como si fueran de adobe; polvorientos o bermejos sus restos. Siempre recordaré con pena y ánimo deprimido los desmedrados restos raídos en los altos lienzos subsistentes como recuerdo de aquel pasado glorioso. He sentido dolor, porque este castillo nunca fue un castillo de guerra ni guerreros, este fue un castillo donde buscaron y encontraron la paz los más grandes pensadores. Hoy los restos que he visto de este castillo de Bacares no son sino sombras esqueléticas de lo que en sus días de gloria acogió en su recinto a los más grandes pensadores del siglo XIII. Filósofos, sabios, místicos, grandes pensadores tanto islámicos como universales que fueron por el mundo sembrándolo de ideas profundas.
Reconstruirlo sería cosa imposible, pero cercarlo y reforzar algunos lienzos que le dieran solidez no sería tan costoso. Todo menos que terminen borrándose las huellas de lo que fue «bello y coquetón castillo» donde germinaron ideas y pensamientos que dieron la vuelta al mundo. Gutiérre de Cárdenas lo restauró en 1506, pero cinco siglos en un lugar como Bacares de nieves y hielos invernales, podemos darnos por satisfechos de que aún podamos mirar sus restos.


"Iglesia del Pueblo"

Pero Bacares no es sólo aquello que fue. Hoy, en este cruce de riachuelos y barranqueras, abrazado por el bosque, sigue en su sitio el pueblo; un pueblo, que por su situación, entorno, trazado y difícil acceso, es el más serrano y, a no dudar, uno de los más bellos y originales de esta provincia. Su propio aislamiento desde su fundación lo han salvaguardado posiblemente de edificaciones agobiantes que han desgraciado otros pueblos. No es ya aquel rincón que yo conocí hace treinta años; aquel pueblo color pizarra perdido entre montañas que dejó marcado en mí el brillo de la aureola de Dios, pero sigue siendo aquel mismo universo todo luz y todo sombras, manchas y contornos fortuitos que dibujan siluetas de personas, bestias o paisajes, o lo que es lo mismo, una visión que nos hace interpretar las formas azarosas como representación de objetos conocidos, una visión que me impactó de tal forma que se me adentró en el alma y creo llevarla en el corazón para el resto de mi vida. Como digo, no es el mismo pueblo que yo conocí por vez primera, pero ¿es que algo sigue igual en nuestros pueblos después de treinta años?. Ha perdido parte de su plasticidad y belleza arquitectónica, no en su conjunto, porque la gracia de este pueblo está en todo el marco que lo rodea.
Bacares sigue siendo un pueblo muy especial, que da paz y sosiego, que encanta, sigue siendo aquella «gaviota varada en la ladera de estos montes» que cautivó a sabios, artistas, a pensadores y místicos, a todas aquellas personas que para vivir necesitan crear y recrearse en soledades y silencios, en aires con aromas, humos de tahonas y despertares en madrugadas con el quiquiriquí del gallo y un cielo poblado de estrellas, que no es cosa banal. Nunca las estrellas fueron tan miradas y admiradas como lo son desde estas montañas a través de cinco gigantescos ojos: las cinco cúpulas de Calar Alto, que durante la noche no dejan de estudiar el baile de los astros. Aristóteles, mirando al cielo, se percató de que la tierra era esférica y dejó en lugar secundario a algunos de los que fueron sus dioses míticos. Hoy que tanto proliferan los charlatanes y magos, sería conveniente volver a mirar al cielo y reflexionar haciendo uso de la razón.
Hablar de Bacares es también referirse al Cristo del Bosque, un Cristo que algo tendrá de milagroso cuando cada 14 de septiembre es capaz de acoger en su templo a 20.000 ó 30.000 personas. Llegan sobre todo por veredas y caminos sinuosos bajo un cielo de estrellas a cumplir una promesa hecha a su Cristo. Llegan cansados por el largo camino recorrido, se arrodillan ante su Cristo, levantan hacia él la mirada, rozan desde lejos su frente en una mirada penetrante y se marchan confortados hasta el año siguiente. La iglesia fue construida en 1502 por el marqués de Bacares, don Gutierre de Cárdenas, y su esposa doña Teresa Enríquez. Fue quemada por los moriscos y restaurada por los hijos del Marqués en 1581. Su artesonado, recientemente restaurado, es mudéjar, de gran belleza. El templo aparecía con paredes totalmente desnudas y blancas, que hacían resaltar la figura morena de Cristo.

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