Transcurrida la infancia y juventud en su pueblo natal, se trasladó a Marruecos, donde residirá durante 15 años. De allí pasó a Murcia, capital en la que se establecerá hasta el final de sus días, aunque sin perder y reforzar los lazos que lo unían a un terruño, el suyo, por el que sentía un amor desmedido. En la ciudad del Segura compaginará su labor profesional como funcionario del Instituto Geográfico Nacional con su afición y entrega a la literatura, que se traducirá en una prolífica serie de estudios, cuentos y novelas, así como en la redacción de abundantes guiones para radio y televisión.
La obra de Molina, analizada en su conjunto, posee un denominador común: la historia local como pretexto para la recuperación de un rico patrimonio etnográfico. Costumbres, tradiciones y arquetipos humanos se ponen al servicio de la reconstrucción de los hechos históricos más relevantes de su localidad natal. Su amplio conocimiento, casi enciclopédico, de los avatares de Sierra Almagrera y de todo el ámbito geográfico cuevano no nace sólo de una labor documental compiladora, sino también -y quizás con mayor trascendencia- de su indagación en fuentes orales, de ahí que a lo largo de su obra el acontecimiento histórico se convierta en un mero contexto en el que los personajes que lo pueblan hacen brotar la vida.